martes, 22 de junio de 2010

XVIII.

Johann estaba confuso. ¿Qué estaba pasando con su padre? ¿Porqué nunca le había hablado de esa iglesia? Tenía que calmarse antes de llegar a casa, o sus padres se darían cuenta de que le sucedía algo, pero no podía dejar de pensar en lo que Agua le había dicho y en todo lo que había visto en la iglesia. Podría ser que la chica se equivocase, o incluso que estuviese loca, pero por alguna razón le había creído. No sabía si era por su convicción al contárselo, o por la chispa de fascinación que había visto en sus ojos, pero hizo que le pareciese que todo lo que le había contado tenía sentido.
Los papeles que había encontrado en la iglesia, en alemán, eran testamentos. Solo había leído el primero, que parecía el más reciente, y en él ponía que un tal Arturo Lago cedía, con su muerte, la propiedad de la iglesia de San Mario Marítimo con todo su contenido a Jacques Lago. Johann nunca había oído ese nombre, pero si la iglesia pertenecía a ese Jacques, ¿porqué su padre tenía la llave? ¿Podría ser que se la hubiese robado a su legítimo propietario? Lo peor de todo era que no podía preguntárselo a su padre, porque entonces le preguntaría como sabía que la llave abría la iglesia, y donde la había cogido, y entonces correría el riesgo de que denunciase a Agua.
Bueno, lo mejor sería que volviese a casa e intentara devolverle la llave a su padre sin que se enterara. Se puso de nuevo los cascos y volvió caminando al ritmo de la música otra vez. En poco tiempo llegó a casa y llamó a sus padres:
- ¡Padre! ¡Madre! ¿Estáis en casa?
Nadie contestó, y la cocina y el salón estaban desiertos. Seguramente habían salido a algún lado. Debía aprovechar ese momento, antes de que regresaran, para dejar la llave en el despacho de su padre. Abrió la puerta sin apenas hacer ruido, y entró por primera vez en aquella habitación que le había estado vedada durante su infancia. Recordaba que siempre que iban a pasar una temporada a aquella casa su padre le prohibía terminantemente entrar en aquella habitación. Siempre se había preguntado porqué, pero por respeto nunca había incumplido la prohibición de su padre... hasta ahora. Tal vez allí encontrase algo que aclarase un poco el asunto de la iglesia.
A simple vista no vio nada que mereciese la pena mencionar. En la cuadrada habitación había una cara alfombra que cubría todo el suelo y un escritorio en el centro de la estancia. Además, todas las paredes, a excepción de la que tenía la puerta que daba al pasillo, estaban cubiertas de estanterías repletas de libros. Johann se dirigió al escritorio e intentó abrir los cajones, pero solo lo consiguió con el primero, ya que los demás estaban cerrados con llave. Dejó la llave de la iglesia en el primer cajón, y se dispuso a salir, desilusionado por no haber encontrado nada interesante, cuando se le ocurrió que tal vez hubiese algo escondido entre los libros. Empezó a sacar algunos al azar y a ojearlos, pero no encontró nada. Entonces oyó la voz de su padre a sus espaldas:
- Johann hijo, ¿qué haces aquí?
- Siento haber entrado sin avisar padre, pero no había nadie en casa, y decidía venir a coger un libro para entretenerme, ya que Internet sigue sin funcionar - inventó rápidamente Johann.
- ¡Aaah! Si, es cierto, hace poco se calló una antena de telefonía en el pueblo. No te preocupes, coge lo que quieras.
- ¿Te encuentras bien padre? Pareces preocupado.
- Si, no te preocupes. ¿Has visto algún título que te llame la atención?
- Eeh...si - dijo mientras leía el título del libro que tenía en las manos - Diez negritos de Agatha Christie.
- Excelente elección, es muy interesante, ya verás como te gusta - dijo Ero mientras se sentaba ante el escritorio.
- Por cierto padre, hoy he ido a dar un paseo y he conocido a una chica que me va a dar clases de castellano. He quedado mañana con ella. ¿Te parece bien?
- Claro, claro. ¿Como se llama?
- Agua. ¿La conoces?
- Si, creo que es la hija de un albañil del pueblo.
- Estupendo entonces. Gracias por el libro.
Mientras cerraba la puerta Johann oyó como su padre abría el primer cajón del escritorio y murmuraba: que raro, no recuerdo haberla dejado aquí...

lunes, 21 de junio de 2010

XVII

El vaso de Agua se podía desbordar en cualquier instante debido a la oleada que emergía de sus nervios. Era la hora de conocer la verdad, pero en ese momento la realidad se barajaba entre dos cartas : o su mente había tejido una historia digna de una mente admirable, o esa fantasía había sido hilada en su mente producto de una realidad verdaderamente inimaginable. Si resultaba ser esto último, sus manos tirarían del hilo hasta su final.
Johann abrió la puerta siguiendo las indicaciones de la muchacha, y cuando consiguieron entrar apenas podían respirar. Abrieron los ojos ante aquella maravilla : se trataba de una pequeña capilla, muy luminosa y a su vez sencilla, con multitud de cuadros colgados de las paredes, y un tablero lleno de fotografías antiguas. Para sorpresa de ambos jóvenes, no había ni figuras de santos, ni retablo, ni cualquier otro tipo de decoración que hiciese asociar aquella capilla con alguna religión. Si no fuera por su aspecto exterior, podría tratarse incluso del taller de un artista. Sobre un desconocible altar se amontonaban montones de libros que llamaron la atención de la joven. Se acercó a ellos y los abrió, descubriendo fantásticos papeles antiguos en los que se encontraban grafías ilegibles para Agua. Le pidió a Johann que se acercara, pues quizás él entendía el contenido de aquellas frases. Al instante, la pelirroja dirigió su mirada hacia los cajones de unos armarios de madera antigua y, para su sorpresa, en ellos encontró varias carpetas y una vieja cámara que todavía tenía un carrete. Comenzó a sacarle fotos a todo antes de salir de aquel espacio envuelto en una atmósfera llena de letras.

- Es alemán - dijo Johann.
- ¡Claro! - afirmó rotundamente, no podía ser otro idioma. - Pero ahora vayámonos, que se me está haciendo tarde, intenta recordar lo poco que has leído.

Salieron rápido, mientras Agua guardaba la vieja cámara y algunos papeles cogidos de las carpetas en su mochila y la llevaba a la espalda. Johann quedó petrificado ante las fotos antiguas en las que todavía no había reparado. Él, su padre, su madre, sus abuelos, su prima Ebba... Agua cogió su muñeca tal y como él había antes de entrar en la iglesia y tiró de él hacia puerta.

- Qué cosa rara.
- Ya ves - dijo Agua.
- Me llevo yo la llave. Ya volveremos alguna otra vez, pronto.
- Sí, yo me tengo que ir. ¿Qué te parece si nos vemos en la biblioteca a esta hora mañana?
- Perfecto. Yo no tengo nada que hacer.
- Hasta mañana, entonces.

Agua se dio la vuelta, soltando la mano del alemán y pensando en dónde dejaría su kit de revelado fotográfico con el que Papá Noel le había obsequiado años atrás. Su impaciencia hacía que considerase todavía más la utilidad de aquel viejo y olvidado regalo, que, ahora recordaba, había sido trasladado al desván después de que le comprasen su primera cámara digital.
Mientras, Johann se sentaba en un banco a esperar que su mente se calmase.

sábado, 13 de marzo de 2010

XVI.

Agua empezó a temblar. Era el hijo de Ero Fischer, la habían descubierto con las manos en la masa. ¿Que haría ahora? Lo que había hecho no tenía disculpa. Había robado una llave a un hombre, para acceder con esa llave a una propiedad privada. ¿En que había estado pensando? ¡Maldito el día en el que se le ocurrió inmiscuirse donde no la llamaban! El chico se le acercó con cara extrañada.
- ¿Tu estás bien? –dijo con marcado acento alemán.
Agua intentó responder, pero el miedo la había paralizado en el sitio. Estaba todavía con la llave a escasos centímetros de la cerradura, y fue entonces cuando el chico se fijó en ella. Una chispa de reconocimiento apareció en sus azules ojos.
- Padre tiene llave igual. ¿Ser tuya?
Repentinamente Agua reaccionó. El chico no sabía nada de la iglesia. Menos mal. Pero ahora llegaba otro interrogante. ¿Qué le diría ahora? ¿Le contaría la verdad o inventaría alguna historia? Nunca se le había dado bien decir mentiras, y menos sin haberlas planeado de antemano, pero si le decía la verdad creería que estaba loca como poco.
Decidió presentarse primero, y decidir después dependiendo de la reacción del chico.
- Eeeh… Hola. Me llamo Agua. Tú eres el hijo de Ero Fischer ¿no? No sé si te acuerdas pero nos vimos ayer.
- Si, acuerdo. Yo soy Johann.
- Johann… Bonito nombre. Como Pachelbel.
- Si, me pusieron nombre por él ¿Como sabes? – dijo con cara sorprendida.
- Bueno - contestó Agua - creo que es bastante conocido, sobre todo por su canon.
- Quiero decir que poca gente conoce nombre. Saben Pachelbel, pero no Johann.
Debía reconocer que eso era cierto. Tal vez se debiera a que su canon se había llamado “Canon de Pachelbel” y no “Canon de Johann Pachelbel”, pero poca gente sabía el nombre del conocido compositor.
- ¿Que haces tu aquí? ¿Ser tuya llave? – Volvió a preguntar Johann.
- En realidad no… - suspiró Agua. Sería mejor que se lo contase todo. Si decidía tomarla por loca allá él. Lo importante es que no la denunciase. – Es de tu padre.
Johann la miró con cara extrañada. No se había dado cuenta antes, pero tenía unos ojos muy bonitos, que contrastaban con su blanca piel. Llevaba el pelo rubio algo largo y despeinado, aunque le quedaba muy bien.
Agua miró al suelo y empezó a contarle todo, desde lo que le pasaba de niña con esa iglesia hasta las investigaciones que había llevado a cabo.
- Tal vez creas que estoy loca, pero te juro que no lo hice con malas intenciones, así que toma la llave, y por favor no le digas nada a tu padre ni a la policía.
Johann se quedó un rato pensativo, mirando a la llave que Agua acababa de poner en sus manos. Después de estar un rato los dos sin decir nada, Johann pensando y Agua reteniendo la respiración a la espera de que dijese algo, Johann se levantó bruscamente con la llave en una mano y la muñeca de Agua en la otra.
Agua se asustó. ¿Sería capaz de llevarla a rastras a la policía para que la detuviesen cuanto antes? Pero para su sorpresa la llevó ante la puerta de la iglesia y después de insertar la llave en la cerradura dijo:
- Veamos si verdad hay algo oculto en iglesia de padre.

jueves, 11 de marzo de 2010

XV

Con esa melodía en la cabeza, Johann no podía resistirse a andar más rápido, como si el sonido de la música diese más vida a sus largas piernas. Decidió explorar un poco el entorno : iba a pasar cerca de dos meses en aquel lugar, algún sitio decente para pasar los días tenía que haber, seguro. Sino era así, estaba decidido a coger su maleta y regresar a su mundo, que no tenía duda, mucho mejor.
Encontró una pequeña tasca llena de humo y señores jugando a las cartas, al lado de unos establos. Cálmate, Johann, esta es zona rural. El pueblo era mejor al centro, ¿recuerdas?. Zona rural, zona rural, zona rural. Siguió caminando y, en efecto, llegó a la zona no-rural. Un cine, ¡bien!, lo que parecía una diminuta bolera y algún que otro bar más decente. Pero sobre todo se fijó en la playa. El agua, cristalina, y la arena, fina y blanca, invitaban a pasar el día entero allí. Johann se arrepintió de no haber pasado ni un verano en aquel lugar. Menuda estampa, era perfecta. Recordaba la playa invernal llena de desperdicios y cosas varias. En verano, y debido al turismo, el pueblo no era el mismo, qué va. Parecía surgir recién lavado del fondo del mar, como si se tratara de la isla Atlántida.

Decidió dar un paseo por la orilla y cambió a una música más tenue. Se arrepintió de no haber llevado la cámara de fotos, el atardecer se presentaba como una perfecta captura. Se sentó en la orilla y el rojizo horizonte le dejó la vista herida. Y así se quedó un buen rato.

Tras ese largo instante, decidió ir en busca de la iglesia llevado por la curiosidad. Subió por un estrecho camino de arena y allí estaba. Recordaba que se encontraba cerca de la playa, pero no tanto. Al acercarse, quedó maravillado por su belleza y por la gran cantidad de esculturas que había en el exterior. No sabía por qué, pero no la recordaba así.

Dio la vuelta para llegar a la entrada principal. Allí se encontraba Agua intentando abrir la puerta.

- ¿?...

Agua, sorprendida, empezó a temblar. Nerviosa, se dio la vuelta y lo vio, era el hijo del hombre cuya llave había robado...

martes, 9 de marzo de 2010

XIV.

Johann se fue a la cama intentando analizar el comportamiento de su padre. Siempre había sido muy raro, pero desde que había llegado al pueblo para pasar las vacaciones de verano, esa rareza se había intensificado: todos los martes se pasaba horas pescando, y siempre parecía estar tenso en su presencia, como si le ocultase algo.
Fuera lo que fuera lo que le pasaba era muy molesto. Ya bastante tenía con tener que pasar las vacaciones en aquel pueblucho, alejado de sus amigos, y con sus padres como única compañía. Aunque tal vez su padre tuviese razón, y llegaría más gente de su edad a pasar el verano. Eso le recordó la chica que había venido a buscar a su padre esa tarde. ¿Quién sería?, ¿qué querría de su padre? Y lo más importante ¿porqué su padre se pusiera tan nervioso cuando la mencionó? Parecía que hubiese visto un fantasma. ¿Era algo relacionado con esa chica lo que hacía preocupar a su padre?
Se metió en cama decidido a dejar de darle vueltas al asunto. Si su padre tenía algo que contarle ya lo haría cuando lo considerase oportuno, sino, allá él.
Al día siguiente, en cuanto se levantó se preparó un poco de leche con cereales. Echaba de menos los Brötchen que acostumbraba a desayunar en Alemania. Allí mucha gente era aficionada a esos panecillos, sobretodo para desayunar. Y por si fuera poco no poder tomar su desayuno favorito, el día prometía ser tan aburrido como el anterior. Suspiró. Eso le pasaba por dejarse convencer por su padre. Pero ahora ya estaba hecho, así que debía intentar llevarlo lo mejor posible.
Después del desayuno intentó conectarse a Internet para poder dejarle un mail a su amigo Adolph, o, como él prefería que le llamasen “Ad”, ya que como el repetía constantemente: “Adolph es el nombre de mi padre, y paso de que me llaméis por un nombre de viejo”. Al revisar su correo vio que él ya le había dejado un correo. Solo leer el asunto, “Noche loca”, no pudo evitar sonreír. La verdad es que Ad era un chaval un tanto alocado, sin ninguna pasión en concreto aparte de beber cerveza, jugar a la play y ligar con chicas, pero siempre le hacía reír. Pasara lo que pasara él siempre conseguía encontrarle el lado positivo al asunto. Si se hubiera venido con él seguro que el pueblo no sería tan aburrido.
Le dio doble clic al correo, pero, como no, la conexión a Internet se evaporó. “Menuda mierda de sitio, que ni siquiera funciona Internet como debería”, pensó. Fue en busca de sus padres por la casa, y se encontró a su madre recién levantada en la cocina.
- Mamá, no va la conexión a Internet.
- ¡Aah! Si, se me olvidó decirte que hace poco se calló una antena y tanto Internet como el teléfono andan fatal.
- ¡Pues menuda mierda! ¿Y ahora que hago en todo el día?
- Pues no sé, hijo. ¿Por qué no vas a dar un paseo? Hoy hace buen día.
- Menudo planazo
- Ay Johann, pues no sé. Busca otra cosa que hacer. En mis tiempos no teníamos Internet y sobrevivíamos.
Johann se fue sin molestarse siquiera en contestar, aunque finalmente decidiría dar un paseo por el pueblo, a falta de nada más interesante que hacer. Cogió el MP4 y salió de casa al ritmo de Rammstein, dispuesto a explorar el lugar.

viernes, 5 de marzo de 2010

XIII.

Jacques Lago abrió la puerta de su casa tras haber pasado, como cada martes, varias horas en su pequeño gran lugar secreto que revivía su más tierna faceta. Ya era tarde, y pensó prepararse un café para dar sabor a su pequeño rato de lectura en cama.

- Johann, ¿qué haces despierto a estas horas? - preguntó Jacques, temeroso.

- Padre, creo que de la pesca se está convirtiendo en obsesión...¡más de cinco horas!, y el martes pasado fue lo mismo...¿Y esa llave? - dijo Johann, impresionado por su belleza.

- Mmmh...- Jacques dudó. No había escondido la llave, pues no esperaba encontrar a su hijo despierto. ¿Acaso era el momento de vomitar el gran secreto? - es...la llave de...es que, no sabes...la iglesia del pueblo es...quiero decir, tiene un pequeño secreto...sí, eso, tiene una especie de alpende donde guardo todos los enseres de pescar y...pues eso, es la llave que lo abre. - Mintió, incapaz.

- Ah...nunca lo habías dicho...¿la compraste o...?- No recordaba el verbo que quería.

- Bueno, ehm, sí...algo así. Ya te contaré todo, hace tiempo que no venías y, claro, hay novedades. Creo que eso también ha influido en tu dominio del idioma...te buscaré un profesor de castellano para este verano, ¿sí?. ¡No, mejor una chica, sí, una muchacha, y así aprovechas el verano...¿eh, pillín? - y guiñó un ojo - Siempre he querido que vivieras aquí, con nosotros, y una chica puede ayudarme a conseguirlo. - bromeó.

- Siempre dices igual, padre. Me cansas, de verdad...me encanta Berlín, sabes perfectamente que siempre he querido estudiar y vivir allí.

- ¡¡Pero eso no quiere decir que no puedas visitarnos!!.

- No levantes tanto la voz, ¿eres...perdón, estás loco?. Madre duerme.

- Madre opina lo mismo que yo.

- Bueno, dejémonos de pamplinas que no he venido a discutir. Pediste que fuera...

- ...Que vinieras.

- Tanto da, ya me entiendes; estoy aquí. Es lo que querías, ¿no?. Aquí me tienes. Un perfecto verano podría pasar con mis colegas y aquí estoy. Un lugar donde no conozco a nadie.

- Ya harás amigos...ahora vuelve mucha juventud de las universidades, de tu misma edad. El pueblo es distinto en verano...pero claro, es el primer verano de tu vida que pasas aquí. Tienes que conocer a mucha gente, y ya verás como quieres volver el año que viene.

- Sí, ¡seguro, seguro! - respondió Johann sarcástico. Se levantó y llevó su taza de café al fregadero, encima del cual estaba la ventana. Cerca del mar, a lo lejos, vio a una joven sentada.

- ¿Qué tal te va la carrera, por cierto?.

- Eh...bien, bien. Padre...¿conoces a aquella chica?. No se ve muy bien pero...

- No distingo nada, las gafas están en la habitación, sólo veo una silueta negra. ¿Por qué?.

- Ehm...creo que es una muchacha que vino a preguntar de ti esta tarde...

- ¿Ah, sí? Qué raro. Ya sé : seguro que era una excusa para verte...- rió.- O no.- dijo, ahora más serio. ¿Te dijo su nombre?.

- No, pero me contó que volvería mañana, bueno hoy, porque son las doce y un minuto. ¿Por qué, pasa algo?. Estás serio.

- ¡Madre mía, qué tarde!. No, nada. Hablamos mañana, buenas noches, acuéstate tú también.

- Sí, padre, buenas noches.

lunes, 1 de marzo de 2010

XII.

Ahora todo cobraba sentido. El hombre que había visto era el descendiente de los Lago, por eso tenía la llave de la iglesia. El hijo había dicho que se había ido a pescar cerca de la iglesia, pero ella nunca había visto a nadie pescando en esa zona. ¿Le habría mentido? O eso o él tampoco sabía que su padre acostumbraba a visitar la iglesia del pueblo. Tal vez mereciera la pena visitar San Mario para ver si el hombre salía de allí... Al consultar el reloj desechó la idea. Quedaba poco para las diez, y aún debía volver a la estación para que sus padres no sospechasen nada de su pequeña excursión. Suspiró, el tiempo siempre parecía ir en su contra.
Mientras regresaba pensaba en el hijo del descendiente Lago. Lo más probable era que le hubiese mentido, y que en realidad si sabía lo que pasaba en San Mario Marítimo, e incluso que él mismo visitara la iglesia alguna vez. No sabía nada de él, pero parecía tener aproximadamente su edad. Tal vez, si se hacía amigo de él conseguiría sonsacarle algo. Era poco probable, pero merecía la pena intentarlo. El problema era que no parecía manejar muy bien su idioma, aunque tal vez Callan pudiera ayudarla, ya que parecía que tenía acento alemán.
En todo caso, lo primero que tenía que hacer era preguntarle a su madre si sabía quien vivía en la casa de los Lago, porque aunque había asumido que era el descendiente de esta familia, su madre también podría aportarle más datos. Además, sabía a ciencia cierta que no había nadie apellidado Lago en el pueblo, ya que se lo había preguntado a su madre con anterioridad, así que probablemente utilizaría otro nombre.
Sus padres la recogieron pasados diez minutos de las diez, y después de darle a cada uno sendos abrazos de bienvenida cargaron las maletas en el coche y pusieron rumbo a casa. Durante el recorrido Agua se dedicó a mirar por la ventanilla, para impregnarse de nuevo del pueblo. Cuando pasaban por la iglesia vio a un hombre que venía de allí, y a pesar de que no pudo apreciarlo muy bien, apostaría lo que fuera a que se trataba del hombre que ya se le hacía tan familiar.
Se moría por preguntarle a su madre por él, pero decidió esperar para que no sospechase nada. La verdad no sabía porqué lo guardaba todo en secreto, tal vez porque eso hacía el misterio más suyo, y porque su madre consideraría todas sus investigaciones ridículas. Pero aunque ella no lo entendía, para Agua todo eso era muy importante.
Cuando su madre hacía la cena se decidió a preguntar por los habitantes de la casa que acababa de visitar hacía tan solo unas horas<. - ¡Claro que sé quien vive ahí! – contestó de inmediato su madre, como ofendida de que Agua lo dudase – es la casa de Ero Fischer. Acaba de llegar su hijo para pasar el verano con él. - ¿Y como se llama el hijo? - Eeh… No me acuerdo, sé que es un nombre extranjero, y que el chico es de tu edad, pero no sé más. Pero ¿por qué lo preguntas? - Por nada, es que me pareciera ver a un chico que no conocía por allí. Debe de ser el hijo. - ¡Aah! ¡Ya entiendo! Te gustó ¿a que si? - Que no, mamá – dijo Agua con tono cansino. Si había algo que odiase era que pensasen constantemente en eso cada vez que decía algo de un chico. ¿Es que no entendían que había cosas más importantes que eso? De todos modos era preferible que pensase eso, así al menos la dejaría en paz. Después de la cena se fue directa a su habitación alegando cansancio a sus padres, aunque en realidad no estaba para nada cansada, de hecho no podía parar de pensar en lo que esperaba de ese verano. Tenía que acercarse al hijo de Ero como fuera, y no podía desperdiciar el tiempo, o le pasaría como tantas otras veces en las que parecía que el tiempo se le escapase como escapa un puñado de arena de las manos. Pero esta vez sería diferente, no dejaría escapar ni un grano de la arena…

jueves, 25 de febrero de 2010

XI.

Al abrir la puerta del edificio el sol le cegó los ojos. Aquella inmensa estrella emitía más luz que nunca, pues ya se sabe que en el verano la mínima lágrima de oscuridad desaparece. Agua respiró aquel aire fresco de manaña y parecía que el perfume del mar ya estaba con ella, pero hasta pasadas unas horas no llegaría al pueblo. Las clases habían acabado el viernes, y había aprovechado el fin de semana y el lunes para despedirse de todos sus compañeros, a quienes no volvería a ver hasta finales de Septiembre. Un día del curso, poco después de volver del pueblo, Agua había conocido por casualidad a una ahora ya casi íntima amiga, con la que compartía con ella gustos que antes pensaba que la hacían única. Pero no, Callan (de origen alemán), era incomprensiblemente idéntica a Agua.
Saliendo del edificio con su pesada maleta, vio al taxi aparcar al otro lado de la carretera. Una vez en la estación recibió la llamada de sus padres, que querían saber a qué hora su hija estaría de nuevo con ellos. Agua estaba más que impaciente por volver a ver la iglesia. No quería confesar que, fuera de todo misterio, extrañaba contemplar aquella maravilla humana. San Mario Marítimo siempre había formado parte de ella, y había pasado demasiado tiempo sin verla. A Agua le fascinaba contemplar cada detalle, cada punto que se había dibujado en el aire formaba para ella algo inconscientemente sagrado.
Le había narrado todo con precisión a Callan, quien, admirada por las historietas y la novela en sí, había ayudado a Agua a buscar una información hasta conseguir una dirección. Lo que no sabía Agua era que se encontraba en su mismo pueblo, hasta que poco antes del día del regreso, la buscó y el resultado fue sorprendente, estaba a poco más de tres kilómetros de su antigua casa.
Por eso no podía esperar. Llegó a la estación a las ocho, pero a sus padres les dijo que fueran a recogerla a las diez. Cogió un taxi y le entregó al conductor un papel con la dirección.

-¿Es aquí? - preguntó cuando el taxista se retiró de la carretera.
- Sí, es esa casa, ¿no?. Déjame ver...sí, es aquí.
- Espere un momento, por favor.

Agua, estupefacta, observó la casa de la familia Lago. Lo único que sabía era que el padre tenía una taberna que sólo abría los veranos, ignoraba a qué se dedicaba el resto del año.

Salió del taxi y abrió la pesada verja. Cruzó el jardín y llegó a la puerta, sientiendo que su corazón impulsaba la sangre más fuerte que nunca. Timbró. Esperó.

- ¿Quién eres? - Un joven le abrió la puerta, y pronunció las dos palabras con acento extranjero.
- Quería hablar con Ero, ¿eres tú? - Agua sabía que no podía ser él, era demasiado joven.
- No, lo siento, Ero es mi padre. No es...los martes nunca es por casa, creo que va a pescar, cerca de iglesia, le gusta mucho. ¿Quiere decirle algo?. - Agua pensó : "usted hablar indio", pero dijo:

- Oh, no;...ya vendré otro día. Muchas gracias.

El muchacho se dispuso a cerrar la puerta y, apártandose para alcanzar el pestillo, dejó a la vista de Agua una foto colgada de la pared. Se trataba de dos enamorados sonriendo ante el Muro de Berlín. La puerto se cerró. Era él. Ero. El hombre que Agua había visto en la iglesia.

martes, 16 de febrero de 2010

X.

Aquella primera visita a la iglesia cambiaría para siempre su forma de ver a su familia. La familia Lago había sido siempre una familia de gran prestigio desde tiempos remotos, pero al ver lo que la iglesia ocultaba se asqueó de pertenecer a ella. Por eso no le fue demasiado difícil cambiarse el nombre. Pero a pesar de que por una parte lo que había oculto en la iglesia le asqueaba, no podía evitar visitarla cada día, porque a la vez le maravillaba el contenido del templo; así como el templo en si mismo, con sus arcos apuntados, las bóvedas de crucería, los triforios, las enormes y espléndidas vidrieras a las que ninguna foto podía captar la belleza que encerraban…
Después de su visita rutinaria, regresaba a casa con la mente aún en la iglesia, a la que había aprendido a apreciar como a ningún ser humano desde que tenía ocho años a excepción de su hijo. Eso era lo peor de tener un secreto de tal envergadura: aunque te relaciones con otra gente, en tu interior te sientes diferente, separado de los demás por el conocimiento que esconde tu interior y la cautela que te hace medir cada palabra, con miedo de que, a pesar de no pronunciar en voz alta tu verdadera historia desde la infancia, digas algo que no deberías decir y reveles lo que durante tanto tiempo llevas ocultando. Tantos años contando la misma mentira y le suena tan falsa como el primer día.
Pero ¿que podía hacer sino continuar con la farsa? El mundo se escandalizaría si supiera lo que su familia había hecho hace tantos años y el sería lapidado como el único culpable, por ser el último descendiente Lago con el conocimiento de lo que se ocultaba en San Mario Marítimo.
No, nadie podía saberlo, al menos no todavía. Algún día él debería revelárselo a su hijo al igual que su padre se lo había revelado a él, y aunque una parte de el deseaba que ese día llegara para poder descargar el peso que llevaba en alguien, otra parte se resistía a hacerlo, al recordar el brusco giro que dio su vida ante el conocimiento del misterio de la iglesia. Por eso, aunque la tradición marcaba que su hijo debía tener conocimiento de lo que su familia había ido pasando de generación en generación, a la edad de ocho años, había dejado que el tiempo pasara, hasta llegar su decimoctavo cumpleaños. Y ahora había llegado el momento.
Había programado que ese verano su hijo vendría a pasar las vacaciones con él, y entonces se lo diría, y probablemente le cambiaría su vida para siempre, como había cambiado la suya.
En Semana Santa decidió llamarle para decirle que ese verano debía pasar el verano en el pueblo con él. No le hizo mucha gracia, ya que planeaba hacer un viaje con sus amigos de universidad, pero ante la insistencia de su padre aceptó. Ahora debía ir hasta la iglesia ya que era martes, pero al llegar allí se encontró con algo que no esperaba. En la iglesia había una joven, probablemente de la edad de su hijo, y estaba intentando abrir la puerta. La sangre le huyó del rostro de la impresión. ¿Quien era esa chica y que hacía intentando entrar en San Mario? Sabía que sin la llave le sería imposible entrar, pero le asustó el hecho de que lo intentase. ¿Acaso sabía algo? Pero eso era imposible, solo él sabía lo que se ocultaba allí. Nadie había entrado en la iglesia aparte de él desde que era un niño.
Entonces se fijó en la bicicleta que había dejado junto a unos arbustos y la reconoció. Era la hija de la panadera del pueblo. Recordaba que tenía un nombre muy raro, algo así como Agua. Cuando era pequeña pasaba mucho tiempo por allí, pero hacía mucho que no la veía. Había oído que se había ido a la universidad, pero debía de haber vuelto por las vacaciones de Semana Santa. De todos modos, se dijo, debía tener cuidado, no le convenía que nadie lo viera entrar en la iglesia, aunque fuera una estúpida chica entrometida.
Cuando se fue se apresuró a sacar la llave para poder entrar en la iglesia y maravillarse una vez más con el esplendor que le rodeaba. Y entonces, al regresar al interior al que solo él podía acceder, volvía a ser Jacques Lago.

jueves, 11 de febrero de 2010

IX.

Como cada martes al atardecer, y tras ver su programa favorito, se levantó, cogió aquel chintófano cuyo nombre nunca recordaba y salió de casa. Su vivienda era un edificio enorme y de piedra, con un exterior sencillo pero claramente perteneciente a alguien adinerado. Se puso los cascos de aquel chisme y empezó a escuchar música. Hacía mucho frío, y se arrepintió de no haber cogido el abrigo de invierno, pues le esperaba una larga caminata. Las canciones empezaron a pasar, una tras otra, y despertaban el cansancio de aquel hombre, cuyos ojos se abrían más y más con cada nota. Le fortalecía escuchar aquellas maravillas al máximo volumen hasta que su cabeza le pedía un descanso. Tener la sensación de ser el dueño de las notas, de manejar cada una de ellas con su mente dentro de su cabeza, hasta que por su boca salían todas y cada una de aquellas palabras en otros idiomas, que pronunciaba como podía, y ahí la canción dejaba de vivir dentro de su cuerpo hasta volver a escucharla. Comprendía lo que escuchaba a pesar de que los conocimientos que tenía de aquellas lenguas se habían ido difuminando con el tiempo, desde el primer día en que dejó su país.

Aquel día, recuerda, uno de los más felices de su vida. Era todavía muy joven, y le hacía ilusión volver a ver a sus abuelos, pues siempre le daban muchas golosinas. Nunca había entendido por qué sus padres habían abandonado aquel pueblo. Sólo lo había visitado un verano, y tenía claro que era el lugar en el que quería vivir, porque aquel pueblo le hacía sentirse vivo. Cuando le dieron la noticia no se lo podía creer. Iba a vivir allí, al lado del mar, podría jugar en los infinitos campos, en los que había pasado sentado tardes enteras sólo contemplando el increíble color de la hierba.
Al llegar a su nuevo hogar, él y sus padres fueron a visitar a sus abuelos. Cenaron allí, una pequeña casa, recuerda aquel banquete como una noche muy feliz, pues había tarta de chocolate de postre. Pero lo que mejor recuerda es lo que pasó al volver a su recién estrenada casa. Al abrir la puerta, comenzó a subir las escaleras hacia su cuarto hasta que, de repente, su padre lo llamó con una voz muy seria.
-Jacques, baja ahora mismo- El niño giró su cuerpo y comenzó a bajar las escaleras - Quiero darte algo muy importante. - El padre sacó una llave del bolsillo y la posó en la mano del niño. - Prométeme que no la perderás nunca. Es muy importante, mañana sabrás por qué.
-Vale papá, te lo prometo - sonríe el joven.
-Espera, no te vayas. Otra cosa muy importante : si te preguntan cómo te llamas, no digas Jacques. Ya elegiremos un nombre que te guste, ¿de acuerdo?
- ¿Por qué? A mí me gusta mi nombre...
- Todavía es muy pronto para que lo comprendas, Jacques, cuando seas mayor te lo contaré todo.
-¡¡SIEMPRE DICES LO MISMO!!.

Jacques recuerda perfectamente como continuaba la escena : se daba la vuelta y subía las escaleras a toda prisa, muy enfadado con su padre, quien al día siguiente lo llevó a la iglesia que estaba ahora delante de él. Ya había llegado a su destino. Recuerda aquella mañana a la perfección : su padre, tras explicarle el complejo sistema de la cerradura, le había mandado abrir a él la puerta para comprobar que había aprendido correctamente cómo hacerlo. Cuando empujó con sus delicadas manos la pesada puerta, sus ojos brillaron como nunca al contemplar aquel prodigio. Mientras en la mente de Jacques pasaban aquellas imágenes como si de una película en blanco y negro se tratase, buscaba aquella vieja llave en sus numerosos bolsillos.
Cuando abrió la puerta como cada martes, Jacques volvió a asombrarse ante tanto esplendor.
Él era Jacques Lago, aunque su nombre no se había vuelto a utilizar desde la noche en la que su mano recibió la llave.

sábado, 6 de febrero de 2010

VIII.

El cuadro era el mundialmente conocido “La virgen del canónigo Van der Paele” obra de Jan Van Eyck, el famoso pintor al óleo gótico. Que extraño - se dijo – ¿que tendrá que ver Jan Van Eyck con la iglesia de San Mario? Bajó un poco más en la página y encontró dos notas al pie de las fotos. La que Agua ya había visto en el museo ponía: “Hijo del noble costeador de la iglesia, perteneciente a la familia Lago, una de las familias nobles más importantes de la época, con la única copia de la llave de acceso a esta”. En la imagen del cuadro ponía: “Cuadro del conocido artista Jan Van Eyck, autor de muchas obras conocidas en nuestro tiempo como el “Matrimonio Arnolfini” o “La adoración del cordero místico”, esta última realizada junto a su hermano. Se cree que la familia Lago tenía gran relación con los hermanos Van Eyck, y que la iglesia de San Mario Marítimo estaba decorada con pinturas de los artistas, además de poseer algunas copias de sus obras más famosas, como esta de “La virgen del canónigo Van der Paele”. Esto nunca ha sido confirmado, debido a la imposibilidad de acceder a la iglesia, a causa de la prohibición del único descendiente vivo de la familia Lago. En cualquier caso, se considera que esta afirmación no es cierta, ya que las únicas fotos que se conservan de su interior, sacadas por un amigo de los descendientes de la familia, no muestran ninguna pintura.”
Agua se quedó asombrada. ¡Así que la iglesia era propiedad de un descendiente de la familia Lago! ¿Sería el hombre que había visto entrar durante su estancia en el pueblo? Era muy posible, pero ¿Por qué nadie sabía nada de él, y por qué parecía que ocultaba algo? Se quedó un rato anonadada pensando en todo esto, hasta que oyó a sus tripas rugir de hambre. Sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento y fue al supermercado en busca de algo comestible. Una vez en casa devoró un bocadillo de chorizo con una coca-cola, e intentó limpiar el libro manchado por la ensaladilla sin mucho éxito. Odiaba que se rompiese un libro o que se manchase. Para ella eran sagrados, y por eso era insoportable para ella verlos en esas condiciones. Debía recordar no volver a meter en el mismo bolsillo un libro con comida.
Al día siguiente se levantó temprano. Qué ganas, y a la vez qué pereza de volver a clase. Se vistió con lo más cómodo que tenía en el armario y desayunó leche con tostadas. Y así empezó la semana, y antes de darse cuenta ya era sábado. Nunca le había costado tanto centrarse en las clases. Su mente estaba muy lejos de allí, en el pueblo, preguntándose qué sería lo que escondía la iglesia. Sus amigos se habían dado cuenta de su abstracción y le preguntaron si le pasaba algo: - No, solo estoy distraída - contesto. Pero era más que eso, estaba ausente. Incluso, lo que ocupaba su mente durante el día se había trasladado a sus sueños: soñaba todas las noches que iba hasta la iglesia e intentaba abrir la puerta principal con desesperación, pero estaba cerrada. Entonces se subía a un árbol para intentar asomarse a una de sus expléndidas vidrieras, pero entonces se caía y despertaba con la respiración entrecortada.
Desistiera ante la posibilidad de olvidar el tema. La curiosidad y el ansia de descubrir lo que se ocultaba en su pueblo había echado raíces en su interior, y ya era imposible arrancarlas. Ni siquiera sabía si había algo que descubrir, pero de todos modos no pararía hasta por lo menos poder entrar en la iglesia.
El primer paso: encontrar al heredero de la familia Lago.

viernes, 5 de febrero de 2010

VII

Al día siguiente Agua tenía que coger el tren en el que volvería a entrar en el mundo universitario. Preparó rápido la maleta antes de acostarse y metió en la mochila un libro para el viaje. Cuando se acostó, las calmas musas que invocan al sueño tardaron en llegar, pues en su cabeza las palabras del guía y las de su madre resonaban con tanta fuerza que las asustaban. Pero al final consiguieron apaciguar aquel mar revuelto.

Se levantó algo tarde, se duchó rápidamente y tras coger la comida que le había preparado su madre para el viaje, la puso al lado del libro en la mochila. El tren salió a la una y cuarto, después de que Agua despidiera a sus padres no muy triste, pues los volvería ver en las vacaciones de Semana Santa. Tras subir al tren, buscó un sitio libre entre los vagones, pensando en qué raro era que no le hubiesen asignado un asiento concreto. Tras encontrar uno en el último vagón, se liberó de aquel abrigo que la estaba asfixiando y, dispuesta a leer un rato, metió su mano en la mochila, pero se topó con algo inesperado. La ensaladilla que le había preparado su madre se había salido del recipiente que la contenía, y ahora el libro estaba irreconocible. Genial, se alimentaría de la tableta de chocolate que había comprado en la estación, pensando que iba a cumplir la función de postre....

Cuando llega al piso que comparte con otros estudiantes, Agua tiene tanta hambre que se desespera al no encontrar nada en los armarios, pues todos sus compañeros también se habían ido a sus casas aprovechando las vacaciones.
Deja todas sus pertenencias en la habitación y empieza a buscar información sobre la iglesia de su pueblo, una propia promesa que existía desde que vio a aquel hombre, pero prefirió cumplirla llegada a la universidad, pues disponía de más tiempo y no quería que nadie lo supiese, y menos sus padres. Qué extraño - pensaba - en tantos años que viví allí, nunca tuve curiosidad por conocer la historia de mi pueblo. Y así era, Agua descubrió que sabía mucho más acerca de la historia de lugares muy lejanos que de aquel que había sido su casa dieciocho años.

Empezó a buscar en una gran enciclopedia que había comprado una compañera de piso, pero lógicamente un pueblo tan minúsculo no aparecería. Soy estúpida, rió, sacando su portátil.
Puso el nombre del pueblo en un buscador. Sólo había cuatro resultados. En la primera página aparecían unas fotos y la localización geográfica. En la segunda sólo encontró algunos datos sobre el papel que ese pueblo tenía en el comercio marítimo. Pero en la tercera, entre otras cosas, había escrito IGLESIA y un enlace. Nerviosa, clicó en aquella dirección con dificultad. La página se abrió y...allí estaba. El interior de la iglesia. El misterioso interior de la iglesia, que no podía ser tan misterioso si había fotos que lo mostraban, ¿no?- se preguntaba. Agua leyó :

"IGLESIA GÓTICA DE SAN MARIO MARÍTIMO"
Construida a partir de 1412, y claramente perteneciente al gótico más puro, se encuentra en un pequeño pueblo al norte del país.
Se cree que fue mandada construir por el más rico noble de la ciudad, pues la pequeña iglesia del pueblo no era de su agrado, y él mismo costeó la construcción de este santuario en el que pasaba la mayoría de sus horas de vacaciones. Pocos documentos se conservan sobre la misma. Los que más información contienen se encuentran en ella, a los que no se ha podido acceder.

Y junto a este texto, dos viejas fotografías, en una de las cuales aparecía un niño ya conocido por Agua, sentado en un banco con una sonrisa de oreja a oreja. En la otra aparecía un cuadro que se le hizo familiar a aquella joven investigadora.

lunes, 1 de febrero de 2010

VI.

Cuando oyó las palabras saliendo de la boca del guía no se lo podía creer. Ahí estaba la prueba de que todo lo que pensara a lo largo de su vida no eran delirios infantiles. ¿Cuantas iglesias de estilo gótico había a media hora de allí? Y es más, ¿cuantas de ellas nunca habían sido abiertas desde hacía años? No podía ser una coincidencia, la iglesia tenía que esconder algo. Mientras observaba con detenimiento la fotografía todo lo que se había dicho la noche anterior se había venido abajo. Su mente volvió a fantasear con la idea de descubrir que escondía la iglesia, pero la realidad la golpeó súbitamente. Esa fotografía no desvelaba nada, solo era un niño a la puerta de la iglesia del pueblo, con la llave en su mano. Pero el hecho de que esa llave se hubiese perdido no significaba nada, simplemente eso, que alguien la perdiera y nadie se molestó en hacer otra, ya que había otra iglesia en el pueblo, nada más. Además, ni siquiera estaba segura de que fuese la iglesia del pueblo, no tenía ninguna característica inusual, solo era una iglesia tipicamente gótica, con sus arcos apuntados y el enorme rosetón. Una vez más su loca imaginación le jugaba malas pasadas. De todos modos le pidió al guía si podía hacer una fotocopia de la foto.
- Claro - contestó - aquí tengo una que no me hace falta. Puedes quedártela. -Dijo mientras le entregaba un papel que sacara de su carpeta.
Mientras volvía a casa su mente no dejó de pensar en la foto. Aunque no estuviera segura de que la foto perteneciera a "su" iglesia, como a veces la llamaba para si, había muchas posibilidades de que fuera así. ¿Quien sería ese niño? Probablemente nunca lo sabría, asique lo mejor era no seguir dándole vueltas a ese tema.
Cuando llegó a casa un magnífico olor llegó hasta ella.
- ¿Mamá?
- Estoy aquí Agua. Te estoy preparando unas cigalas para celebrar tus magníficas notas.
- No temdrías que haberte molestado - contestó Agua, aunque se le hacía la boca agua.
- No es molestia, ya hacía mucho que no las comíamos y a tu padre también le apetecían.
Agua empezó a poner la mesa, ya que la comida parecía que ya estaba casi hecha. Mientras tanto, su mente libraba una batalla entre preguntarle a su madre si sabía algo de lo que pasaba en la iglesia, o si por el contario sepultaba esos recuerdos en su memoria. Finalmente decidió que no le haría ningún mal preguntar, al fin y al cabo si realmente no había ningún misterio su madre se lo diría y dejaría de darle vueltas al asunto.
- Oye, mamá.
- ¿Umh?
- Sabes si están restaurando la vieja iglesia o algo así?
- No. ¿Porqué iban a hacerlo?
- Por nada. Es que el otro día me pareció ver a un hombre entrando en ella.
- Tonterías - aseguró su madre - Nadie ha entrado en esa iglesia desde que tengo memoria.
- ¿Estas segura?
- Por supuesto que si. Si pasase algo en la iglesia me enteraría. Es la ventaja de vivir en un pueblo pequeño.
- Ah... Habré visto mal entonces.
Pero Agua no había visto mal, y ella lo sabía.

domingo, 31 de enero de 2010

V

Con la sensación de que respiraba tan fuerte que un trozo de su alma salía con cada exhalación, se repetía la misma palabra. Olvídalo, olvídalo, olvídalo. No tiene lógica. Tú, Agua, siempre tan razonable, ahora piensas que la iglesia de tu pueblo guarda un misterioso y gran secreto - en su cara se esboza un gesto irónico-, que nadie ha descubierto y tú, tonta, serás la heroína de un libro inexistente. No tienes diez años para creer en ese tipo de cosas. No eres una niña. Ya eres una adulta, pues piensa como tal. Se descubrió a sí misma regañándose por imaginar, le daba miedo, se había dado cuenta desde principios de curso que ya no era una cría, que ya entraba en el mundo de la seriedad, el de los adultos. Un mundo repleto de normas estrictas y de obligado cumplimiento. A pocos metros de su hogar descubrió que con su bicicleta había dejado atrás su infancia y, paradójicamente, estaba sentada sobre ella, sobre su infancia. Pero las gotas de la Agua niña se habían evaporado. Frenó en seco y se apartó del viejo camino para sentarse en uno de los lados del bosque que resguardaban aquella vieja carretera. Dejó su mente en blanco y recogió ambas piernas con sus brazos, dejando descansar sobre ellos la cabeza. Cada vez oscurecía más y se encontraba sola en medio de la nada. Cuando levantó su cabeza para olfatear aire limpio vio la luna entre un manto completamente negro. Se levantó tan rápido que le dio vértigo su altura, pero se apresuró a coger aquel recuerdo infantil todavía intacto. Llegó a casa desganada y sin fuerzas, su cuerpo era un bloque pesadísimo. Al verla su padre se preocupó, pero Agua lo tranquilizó diciendo que había sido un día agotador. Preguntó por su madre, pero ya estaba durmiendo. Se despidió de su padre y se fue directamente a la cama, ya se prepararía un buen desayuno mañana. Y, en efecto, así fue. Tras aquella tarde de espanto, Agua se levantó con la sensación de ser una hoja dominada por un suave viento. La madre, antes de ir a trabajar, le había preparado el desayuno. La mesa no se veía con tanta comida, y el padre le anunció sonriendo que era exclusivamente para ella. Nunca había visto a su padre tan contento, hasta que comprendió las razones. En mitad de aquel festín, le anunció que esa mañana el cartero le había entregado una carta de la universidad. El padre corrió a por el abrecartas y abrió el sobre en un tiempo imposible. Decía en alto todas las notas, mientras el cartero esperaba impresionado en la puerta con las demás cartas en la mano. Agua había aprobado absolutamente todas, y en Fotografía resaltaba un bonito nueve. Cuando se enteró se sintió todavía más ligera.
Después de una buena ducha se vistió, y le comunicó a su padre que comería fuera. Cogió el autobús con dirección a un pueblo del norte que le quedaba a poco más de media hora, donde una amiga la esperaba para visitar unos museos, pues tenían que hacer una investigación para una asignatura. Tras el rencuentro, comieron en un restaurante barato y visitaron el primero de los museos que podía contener información interesante. Tenían que tomar notas sobre la historia de la ciudad tras la aparición de la fotografía. Pidieron la ayuda de un guía para que les facilitase información sobre lo que querían. Tras visitar dos salas, llegaron a la tercera. Esta es la más pequeña de todas, pero creo que la que más os va a ayudar - dijo aquel joven, atractivo a los ojos de Agua. Al entrar en la sala, Agua clavó los ojos en una vieja fotografía en blanco y negro. En ella se podía ver una vieja iglesia al lado del mar. En la puerta central, un niño sonreía al ver que su imagen estaba siendo capturado por una de esas nuevas máquinas. Guardaba algo en su mano, pero Agua no lo podía ver bien. Le preguntó al guía, con algo de vergüenza, que respondió :
-¡Claro que sé qué es! Es la llave de una iglesia que se encuentra en un pueblo a poco más de media hora de aquí. Nadie la ha visto nunca, por eso está siempre cerrada, no hay otra llave, y de ahí la importancia de la fotografía.

IV.

Fue a buscar su abandonada bicicleta al garaje. Se alegró de comprobar, que aparte de alguna tela de araña y un poco de suciedad estaba en perfectas condiciones. Cogió además uno de sus preciados libros y algo para picar, y lo metió todo en una mochila.
Recorrió el camino que los años no habían conseguido olvidar, pasando por la costa hasta llagar a la iglesia. Una vez allí se ocultó entre los matorrales para no ser molestada por ningún curioso que pasase por allí. Esto lo hacía más bien por costumbre, ya que apenas pasaba gente por esa zona, a excepción de un par de turistas en contadas ocasiones, cuyo viaje a otro lugar más espléndido y magnífico les había llevado por aquel paraje olvidado del mundo.
Solo llevaba una media hora en este lugar cuando oyó unos ruidos que la sacaron de su ensimismamiento. Un hombre se acercaba a la puerta de la iglesia, intentando no hacer ruido, aunque sin conseguirlo debido a que iba apresurado. Su mirada no dejaba de recorrer la zona, en busca de alguien que le estuviera observando, pero el escondite de Agua la hacía invisible a ojos del desconocido. Sacó una llave todavía vigilante y abrió la puerta de la iglesia, para entrar inmediatamente en ella. El sonido de la cerradura le indicó que la puerta había sido cerrada de nuevo desde el interior.
Agua no se lo podía creer. Durante toda su infancia había pasado horas en ese lugar, y nunca había visto abrirse la iglesia. Para los oficios religiosos había en el pueblo una pequeña iglesia prerrománica, que era suficiente para los pocos habitantes del pueblo y nunca nadie había entrado en la otra. Por eso era un lugar solitario, y por eso siempre la había visto como un lugar mágico. En su interior despertó la idea de su infancia de que la iglesia ocultaba algo magnífico que ella podía descubrir.
¿Pero que estaba diciendo? El hecho de que un hombre entrase en la iglesia no significaba nada. Podría ser que se estuviera restaurando, o que el cura del pueblo decidiese celebrar alguna ceremonia en ella, o incluso que fuera un historiador que tenía el objetivo de estudiar el monumento. Seguro que su madre sabía algo, ya que siempre se enteraba de todo lo que sucedía en el pueblo. En cuanto llegara a casa le preguntaría.
Agua se quedó un rato más, intentando volver a concentrarse en la lectura, pero a la vez atenta para ver si el hombre volvía a salir. Cuando empezó a oscurecer y le era imposible distinguir una sola palabra del libro decidió regresar, aunque una parte de ella quería esperar hasta que el hombre saliese del templo. Pero debía volver, si no su madre empezaría a preocuparse. Además, en cuanto llegase a casa podría preguntarle si sabía algo de lo que pasaba en la iglesia.
Cogió su bicicleta y pedaleó de camino a casa con rabia, como solía hacerlo cuando era niña y se sentía frustrada por no poder descubrir que ocultaba su refugio particular.

sábado, 30 de enero de 2010

III.

Parecía que aquella iglesia ocupaba un sitio erróneo. Era demasiado especial. Por eso a veces Agua se preguntaba a quién se le había ocurrido construir algo tan bello en su pueblo, un punto perdido que no aparecía en muchos mapas. Al lado del mar, la iglesia emergía de repente, obligando a los paisanos a elevar la vista hasta una altura poco usual. Sin embargo era estrecha, muy estrecha, y eso hacía que pareciera inestable.
Agua recuerda que de pequeña pensaba que era mágica, imaginaba que contenía el mayor secreto del mundo, como las iglesias de aquellos libros que devoraba hace mucho tiempo. Creía que era por eso por lo que la puerta estaba siempre cerrada, por miedo a que alguien sacara a la luz el gran secreto.
-Esa seré yo -decía cuando pasaba con la bicicleta al lado de aquel monumento. - Me haré famosa y seré una heroína. Alguien escribirá un libro sobre mí. - Y, contenta, dejaba la bicicleta escondida entre unos matorrales. Sacaba su libreta y empezaba a dar círculos alrededor del edificio describiendo lo que veía. Siempre intentaba abrir la puerta con el mismo resultado. Enfadada, recogía su bicicleta con rabia. Pedaleaba tan fuerte que a veces se le resbalaba el pie derecho y se llevaba un buen susto. Al llegar a su casa, se encerraba en su pequeño cuarto e intentaba descifrar el significado de aquella iglesia. Estaba tan segura de que ocultaba algo que no barajaba otra opción.
Pero con el tiempo esa idea había desaparecido. Durante sus pequeñas vacaciones en el pueblo decidió volver allí, a visitar aquel monumento infinito, dispuesta a rememorar preocupaciones de antaño.

jueves, 28 de enero de 2010

II.

Despues de preparar la maleta se tira en la cama agotada. Mañana por fin podría descansar.
Lo malo del pueblo era su predecibilidad. Sabía exactamente lo que pasaría al llegar a casa: Su madre le preguntaría que tal el viaje y a continuación pasaría a dar una detallada descripción de todos los chismes que se hubiese perdido en su ausencia, mientras su abuela, al ver sus profundas ojeras, despotricaría sobre los profesores universitarios que solo hacen poner trabajo y más trabajo a sus alumnos. Los vecinos más amables le preguntarían si ya se había hechado novio ,como si no tuviera nada más en que preocuparse, y los más egoístas preguntarían que tal la carrera, ansiosos por oir un mal por respuesta, indignados si por el contrario contestabas con un bien, como si tu desgracia pudiese mejorarles la vida. Agua diría a cada uno lo que quería oir, a excepcion de los vecinos que esperaban que todo le fuese mal, ya que no acostumbraba a mentir.
Pero una vez superada esta incomodidad inicial, en la que se sentía como en un interrogatorio realizado a cabo por varias personas y casi siempre con las mismas preguntas, todo sería mucho más relajante. Podría pasar el tiempo leyendo en la playa, con el familiar aroma de la brisa del mar, o pasear por la iglesia de estilo gótico, el único monumento histórico del pueblo.

miércoles, 27 de enero de 2010

I.

Los recuerdos son los pilares sobre los que se asienta una vida, como se concentra el peso de todo tu cuerpo sobre las plantas de los pies cuando caminas.



Llueve, y Agua regresa a casa tras horas de clases intensivas. Es invierno, y la falta de luz solar hace que su estado sea demasiado melancólico. Además, sus párpados de plomo amenazan con cerrarse estrepitosamente en cualquier momento. Llega a casa desganada, y cuando recuerda que mañana tendrá el examen más difícil de aquellos que ponen fin al primer cuatrimestre,abre los ojos y empieza a sacar de los armarios todo aquello que contenga cafeína. Había olvidado que esa noche sería dura. Una de las dos más largas del año, recordaba.
Son las nueve menos cuarto de la mañana, y Agua pregunta al secretario en qué aula tiene que hacer el examen. En la número ocho, perfecto. Llega y saluda a todos, pero no está la mayor parte de su grupo puesto que su examen empezaba a las ocho y media.
Sale el profesor de Fotografía y lee la lista de alumnos. Oye su nombre y entra, muy nerviosa, pero cuando por fin le entregan el examen sonríe, intuía que a aquel bizarro profesor le gustaban esos temas, por eso los había estudiado más a fondo que los otros.
Cuando sale de su último examen invernal, llama a su nuevo grupo de amigos para quedar con ellos y contarles lo contenta que está. Además quiere despedirse, mañana todos partirán de la ciudad en dirección a sus lugares natales. Durante toda aquella tarde parece que sus ojos se han vuelto tan ingrávidos como su nombre.
Tras despedirse de sus amigos con sorprendente tristeza -hace poco que los conoce-, se dirige a su piso para preparar las maletas. Qué ganas de volver a ver el mar, de respirar el aire puro de la costa, de pasar una semana con sus conocidos de siempre, más que merecida.