lunes, 1 de marzo de 2010

XII.

Ahora todo cobraba sentido. El hombre que había visto era el descendiente de los Lago, por eso tenía la llave de la iglesia. El hijo había dicho que se había ido a pescar cerca de la iglesia, pero ella nunca había visto a nadie pescando en esa zona. ¿Le habría mentido? O eso o él tampoco sabía que su padre acostumbraba a visitar la iglesia del pueblo. Tal vez mereciera la pena visitar San Mario para ver si el hombre salía de allí... Al consultar el reloj desechó la idea. Quedaba poco para las diez, y aún debía volver a la estación para que sus padres no sospechasen nada de su pequeña excursión. Suspiró, el tiempo siempre parecía ir en su contra.
Mientras regresaba pensaba en el hijo del descendiente Lago. Lo más probable era que le hubiese mentido, y que en realidad si sabía lo que pasaba en San Mario Marítimo, e incluso que él mismo visitara la iglesia alguna vez. No sabía nada de él, pero parecía tener aproximadamente su edad. Tal vez, si se hacía amigo de él conseguiría sonsacarle algo. Era poco probable, pero merecía la pena intentarlo. El problema era que no parecía manejar muy bien su idioma, aunque tal vez Callan pudiera ayudarla, ya que parecía que tenía acento alemán.
En todo caso, lo primero que tenía que hacer era preguntarle a su madre si sabía quien vivía en la casa de los Lago, porque aunque había asumido que era el descendiente de esta familia, su madre también podría aportarle más datos. Además, sabía a ciencia cierta que no había nadie apellidado Lago en el pueblo, ya que se lo había preguntado a su madre con anterioridad, así que probablemente utilizaría otro nombre.
Sus padres la recogieron pasados diez minutos de las diez, y después de darle a cada uno sendos abrazos de bienvenida cargaron las maletas en el coche y pusieron rumbo a casa. Durante el recorrido Agua se dedicó a mirar por la ventanilla, para impregnarse de nuevo del pueblo. Cuando pasaban por la iglesia vio a un hombre que venía de allí, y a pesar de que no pudo apreciarlo muy bien, apostaría lo que fuera a que se trataba del hombre que ya se le hacía tan familiar.
Se moría por preguntarle a su madre por él, pero decidió esperar para que no sospechase nada. La verdad no sabía porqué lo guardaba todo en secreto, tal vez porque eso hacía el misterio más suyo, y porque su madre consideraría todas sus investigaciones ridículas. Pero aunque ella no lo entendía, para Agua todo eso era muy importante.
Cuando su madre hacía la cena se decidió a preguntar por los habitantes de la casa que acababa de visitar hacía tan solo unas horas<. - ¡Claro que sé quien vive ahí! – contestó de inmediato su madre, como ofendida de que Agua lo dudase – es la casa de Ero Fischer. Acaba de llegar su hijo para pasar el verano con él. - ¿Y como se llama el hijo? - Eeh… No me acuerdo, sé que es un nombre extranjero, y que el chico es de tu edad, pero no sé más. Pero ¿por qué lo preguntas? - Por nada, es que me pareciera ver a un chico que no conocía por allí. Debe de ser el hijo. - ¡Aah! ¡Ya entiendo! Te gustó ¿a que si? - Que no, mamá – dijo Agua con tono cansino. Si había algo que odiase era que pensasen constantemente en eso cada vez que decía algo de un chico. ¿Es que no entendían que había cosas más importantes que eso? De todos modos era preferible que pensase eso, así al menos la dejaría en paz. Después de la cena se fue directa a su habitación alegando cansancio a sus padres, aunque en realidad no estaba para nada cansada, de hecho no podía parar de pensar en lo que esperaba de ese verano. Tenía que acercarse al hijo de Ero como fuera, y no podía desperdiciar el tiempo, o le pasaría como tantas otras veces en las que parecía que el tiempo se le escapase como escapa un puñado de arena de las manos. Pero esta vez sería diferente, no dejaría escapar ni un grano de la arena…

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