domingo, 31 de enero de 2010

IV.

Fue a buscar su abandonada bicicleta al garaje. Se alegró de comprobar, que aparte de alguna tela de araña y un poco de suciedad estaba en perfectas condiciones. Cogió además uno de sus preciados libros y algo para picar, y lo metió todo en una mochila.
Recorrió el camino que los años no habían conseguido olvidar, pasando por la costa hasta llagar a la iglesia. Una vez allí se ocultó entre los matorrales para no ser molestada por ningún curioso que pasase por allí. Esto lo hacía más bien por costumbre, ya que apenas pasaba gente por esa zona, a excepción de un par de turistas en contadas ocasiones, cuyo viaje a otro lugar más espléndido y magnífico les había llevado por aquel paraje olvidado del mundo.
Solo llevaba una media hora en este lugar cuando oyó unos ruidos que la sacaron de su ensimismamiento. Un hombre se acercaba a la puerta de la iglesia, intentando no hacer ruido, aunque sin conseguirlo debido a que iba apresurado. Su mirada no dejaba de recorrer la zona, en busca de alguien que le estuviera observando, pero el escondite de Agua la hacía invisible a ojos del desconocido. Sacó una llave todavía vigilante y abrió la puerta de la iglesia, para entrar inmediatamente en ella. El sonido de la cerradura le indicó que la puerta había sido cerrada de nuevo desde el interior.
Agua no se lo podía creer. Durante toda su infancia había pasado horas en ese lugar, y nunca había visto abrirse la iglesia. Para los oficios religiosos había en el pueblo una pequeña iglesia prerrománica, que era suficiente para los pocos habitantes del pueblo y nunca nadie había entrado en la otra. Por eso era un lugar solitario, y por eso siempre la había visto como un lugar mágico. En su interior despertó la idea de su infancia de que la iglesia ocultaba algo magnífico que ella podía descubrir.
¿Pero que estaba diciendo? El hecho de que un hombre entrase en la iglesia no significaba nada. Podría ser que se estuviera restaurando, o que el cura del pueblo decidiese celebrar alguna ceremonia en ella, o incluso que fuera un historiador que tenía el objetivo de estudiar el monumento. Seguro que su madre sabía algo, ya que siempre se enteraba de todo lo que sucedía en el pueblo. En cuanto llegara a casa le preguntaría.
Agua se quedó un rato más, intentando volver a concentrarse en la lectura, pero a la vez atenta para ver si el hombre volvía a salir. Cuando empezó a oscurecer y le era imposible distinguir una sola palabra del libro decidió regresar, aunque una parte de ella quería esperar hasta que el hombre saliese del templo. Pero debía volver, si no su madre empezaría a preocuparse. Además, en cuanto llegase a casa podría preguntarle si sabía algo de lo que pasaba en la iglesia.
Cogió su bicicleta y pedaleó de camino a casa con rabia, como solía hacerlo cuando era niña y se sentía frustrada por no poder descubrir que ocultaba su refugio particular.

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