sábado, 30 de enero de 2010

III.

Parecía que aquella iglesia ocupaba un sitio erróneo. Era demasiado especial. Por eso a veces Agua se preguntaba a quién se le había ocurrido construir algo tan bello en su pueblo, un punto perdido que no aparecía en muchos mapas. Al lado del mar, la iglesia emergía de repente, obligando a los paisanos a elevar la vista hasta una altura poco usual. Sin embargo era estrecha, muy estrecha, y eso hacía que pareciera inestable.
Agua recuerda que de pequeña pensaba que era mágica, imaginaba que contenía el mayor secreto del mundo, como las iglesias de aquellos libros que devoraba hace mucho tiempo. Creía que era por eso por lo que la puerta estaba siempre cerrada, por miedo a que alguien sacara a la luz el gran secreto.
-Esa seré yo -decía cuando pasaba con la bicicleta al lado de aquel monumento. - Me haré famosa y seré una heroína. Alguien escribirá un libro sobre mí. - Y, contenta, dejaba la bicicleta escondida entre unos matorrales. Sacaba su libreta y empezaba a dar círculos alrededor del edificio describiendo lo que veía. Siempre intentaba abrir la puerta con el mismo resultado. Enfadada, recogía su bicicleta con rabia. Pedaleaba tan fuerte que a veces se le resbalaba el pie derecho y se llevaba un buen susto. Al llegar a su casa, se encerraba en su pequeño cuarto e intentaba descifrar el significado de aquella iglesia. Estaba tan segura de que ocultaba algo que no barajaba otra opción.
Pero con el tiempo esa idea había desaparecido. Durante sus pequeñas vacaciones en el pueblo decidió volver allí, a visitar aquel monumento infinito, dispuesta a rememorar preocupaciones de antaño.

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