viernes, 5 de febrero de 2010

VII

Al día siguiente Agua tenía que coger el tren en el que volvería a entrar en el mundo universitario. Preparó rápido la maleta antes de acostarse y metió en la mochila un libro para el viaje. Cuando se acostó, las calmas musas que invocan al sueño tardaron en llegar, pues en su cabeza las palabras del guía y las de su madre resonaban con tanta fuerza que las asustaban. Pero al final consiguieron apaciguar aquel mar revuelto.

Se levantó algo tarde, se duchó rápidamente y tras coger la comida que le había preparado su madre para el viaje, la puso al lado del libro en la mochila. El tren salió a la una y cuarto, después de que Agua despidiera a sus padres no muy triste, pues los volvería ver en las vacaciones de Semana Santa. Tras subir al tren, buscó un sitio libre entre los vagones, pensando en qué raro era que no le hubiesen asignado un asiento concreto. Tras encontrar uno en el último vagón, se liberó de aquel abrigo que la estaba asfixiando y, dispuesta a leer un rato, metió su mano en la mochila, pero se topó con algo inesperado. La ensaladilla que le había preparado su madre se había salido del recipiente que la contenía, y ahora el libro estaba irreconocible. Genial, se alimentaría de la tableta de chocolate que había comprado en la estación, pensando que iba a cumplir la función de postre....

Cuando llega al piso que comparte con otros estudiantes, Agua tiene tanta hambre que se desespera al no encontrar nada en los armarios, pues todos sus compañeros también se habían ido a sus casas aprovechando las vacaciones.
Deja todas sus pertenencias en la habitación y empieza a buscar información sobre la iglesia de su pueblo, una propia promesa que existía desde que vio a aquel hombre, pero prefirió cumplirla llegada a la universidad, pues disponía de más tiempo y no quería que nadie lo supiese, y menos sus padres. Qué extraño - pensaba - en tantos años que viví allí, nunca tuve curiosidad por conocer la historia de mi pueblo. Y así era, Agua descubrió que sabía mucho más acerca de la historia de lugares muy lejanos que de aquel que había sido su casa dieciocho años.

Empezó a buscar en una gran enciclopedia que había comprado una compañera de piso, pero lógicamente un pueblo tan minúsculo no aparecería. Soy estúpida, rió, sacando su portátil.
Puso el nombre del pueblo en un buscador. Sólo había cuatro resultados. En la primera página aparecían unas fotos y la localización geográfica. En la segunda sólo encontró algunos datos sobre el papel que ese pueblo tenía en el comercio marítimo. Pero en la tercera, entre otras cosas, había escrito IGLESIA y un enlace. Nerviosa, clicó en aquella dirección con dificultad. La página se abrió y...allí estaba. El interior de la iglesia. El misterioso interior de la iglesia, que no podía ser tan misterioso si había fotos que lo mostraban, ¿no?- se preguntaba. Agua leyó :

"IGLESIA GÓTICA DE SAN MARIO MARÍTIMO"
Construida a partir de 1412, y claramente perteneciente al gótico más puro, se encuentra en un pequeño pueblo al norte del país.
Se cree que fue mandada construir por el más rico noble de la ciudad, pues la pequeña iglesia del pueblo no era de su agrado, y él mismo costeó la construcción de este santuario en el que pasaba la mayoría de sus horas de vacaciones. Pocos documentos se conservan sobre la misma. Los que más información contienen se encuentran en ella, a los que no se ha podido acceder.

Y junto a este texto, dos viejas fotografías, en una de las cuales aparecía un niño ya conocido por Agua, sentado en un banco con una sonrisa de oreja a oreja. En la otra aparecía un cuadro que se le hizo familiar a aquella joven investigadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario