lunes, 21 de junio de 2010

XVII

El vaso de Agua se podía desbordar en cualquier instante debido a la oleada que emergía de sus nervios. Era la hora de conocer la verdad, pero en ese momento la realidad se barajaba entre dos cartas : o su mente había tejido una historia digna de una mente admirable, o esa fantasía había sido hilada en su mente producto de una realidad verdaderamente inimaginable. Si resultaba ser esto último, sus manos tirarían del hilo hasta su final.
Johann abrió la puerta siguiendo las indicaciones de la muchacha, y cuando consiguieron entrar apenas podían respirar. Abrieron los ojos ante aquella maravilla : se trataba de una pequeña capilla, muy luminosa y a su vez sencilla, con multitud de cuadros colgados de las paredes, y un tablero lleno de fotografías antiguas. Para sorpresa de ambos jóvenes, no había ni figuras de santos, ni retablo, ni cualquier otro tipo de decoración que hiciese asociar aquella capilla con alguna religión. Si no fuera por su aspecto exterior, podría tratarse incluso del taller de un artista. Sobre un desconocible altar se amontonaban montones de libros que llamaron la atención de la joven. Se acercó a ellos y los abrió, descubriendo fantásticos papeles antiguos en los que se encontraban grafías ilegibles para Agua. Le pidió a Johann que se acercara, pues quizás él entendía el contenido de aquellas frases. Al instante, la pelirroja dirigió su mirada hacia los cajones de unos armarios de madera antigua y, para su sorpresa, en ellos encontró varias carpetas y una vieja cámara que todavía tenía un carrete. Comenzó a sacarle fotos a todo antes de salir de aquel espacio envuelto en una atmósfera llena de letras.

- Es alemán - dijo Johann.
- ¡Claro! - afirmó rotundamente, no podía ser otro idioma. - Pero ahora vayámonos, que se me está haciendo tarde, intenta recordar lo poco que has leído.

Salieron rápido, mientras Agua guardaba la vieja cámara y algunos papeles cogidos de las carpetas en su mochila y la llevaba a la espalda. Johann quedó petrificado ante las fotos antiguas en las que todavía no había reparado. Él, su padre, su madre, sus abuelos, su prima Ebba... Agua cogió su muñeca tal y como él había antes de entrar en la iglesia y tiró de él hacia puerta.

- Qué cosa rara.
- Ya ves - dijo Agua.
- Me llevo yo la llave. Ya volveremos alguna otra vez, pronto.
- Sí, yo me tengo que ir. ¿Qué te parece si nos vemos en la biblioteca a esta hora mañana?
- Perfecto. Yo no tengo nada que hacer.
- Hasta mañana, entonces.

Agua se dio la vuelta, soltando la mano del alemán y pensando en dónde dejaría su kit de revelado fotográfico con el que Papá Noel le había obsequiado años atrás. Su impaciencia hacía que considerase todavía más la utilidad de aquel viejo y olvidado regalo, que, ahora recordaba, había sido trasladado al desván después de que le comprasen su primera cámara digital.
Mientras, Johann se sentaba en un banco a esperar que su mente se calmase.

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