domingo, 31 de enero de 2010

V

Con la sensación de que respiraba tan fuerte que un trozo de su alma salía con cada exhalación, se repetía la misma palabra. Olvídalo, olvídalo, olvídalo. No tiene lógica. Tú, Agua, siempre tan razonable, ahora piensas que la iglesia de tu pueblo guarda un misterioso y gran secreto - en su cara se esboza un gesto irónico-, que nadie ha descubierto y tú, tonta, serás la heroína de un libro inexistente. No tienes diez años para creer en ese tipo de cosas. No eres una niña. Ya eres una adulta, pues piensa como tal. Se descubrió a sí misma regañándose por imaginar, le daba miedo, se había dado cuenta desde principios de curso que ya no era una cría, que ya entraba en el mundo de la seriedad, el de los adultos. Un mundo repleto de normas estrictas y de obligado cumplimiento. A pocos metros de su hogar descubrió que con su bicicleta había dejado atrás su infancia y, paradójicamente, estaba sentada sobre ella, sobre su infancia. Pero las gotas de la Agua niña se habían evaporado. Frenó en seco y se apartó del viejo camino para sentarse en uno de los lados del bosque que resguardaban aquella vieja carretera. Dejó su mente en blanco y recogió ambas piernas con sus brazos, dejando descansar sobre ellos la cabeza. Cada vez oscurecía más y se encontraba sola en medio de la nada. Cuando levantó su cabeza para olfatear aire limpio vio la luna entre un manto completamente negro. Se levantó tan rápido que le dio vértigo su altura, pero se apresuró a coger aquel recuerdo infantil todavía intacto. Llegó a casa desganada y sin fuerzas, su cuerpo era un bloque pesadísimo. Al verla su padre se preocupó, pero Agua lo tranquilizó diciendo que había sido un día agotador. Preguntó por su madre, pero ya estaba durmiendo. Se despidió de su padre y se fue directamente a la cama, ya se prepararía un buen desayuno mañana. Y, en efecto, así fue. Tras aquella tarde de espanto, Agua se levantó con la sensación de ser una hoja dominada por un suave viento. La madre, antes de ir a trabajar, le había preparado el desayuno. La mesa no se veía con tanta comida, y el padre le anunció sonriendo que era exclusivamente para ella. Nunca había visto a su padre tan contento, hasta que comprendió las razones. En mitad de aquel festín, le anunció que esa mañana el cartero le había entregado una carta de la universidad. El padre corrió a por el abrecartas y abrió el sobre en un tiempo imposible. Decía en alto todas las notas, mientras el cartero esperaba impresionado en la puerta con las demás cartas en la mano. Agua había aprobado absolutamente todas, y en Fotografía resaltaba un bonito nueve. Cuando se enteró se sintió todavía más ligera.
Después de una buena ducha se vistió, y le comunicó a su padre que comería fuera. Cogió el autobús con dirección a un pueblo del norte que le quedaba a poco más de media hora, donde una amiga la esperaba para visitar unos museos, pues tenían que hacer una investigación para una asignatura. Tras el rencuentro, comieron en un restaurante barato y visitaron el primero de los museos que podía contener información interesante. Tenían que tomar notas sobre la historia de la ciudad tras la aparición de la fotografía. Pidieron la ayuda de un guía para que les facilitase información sobre lo que querían. Tras visitar dos salas, llegaron a la tercera. Esta es la más pequeña de todas, pero creo que la que más os va a ayudar - dijo aquel joven, atractivo a los ojos de Agua. Al entrar en la sala, Agua clavó los ojos en una vieja fotografía en blanco y negro. En ella se podía ver una vieja iglesia al lado del mar. En la puerta central, un niño sonreía al ver que su imagen estaba siendo capturado por una de esas nuevas máquinas. Guardaba algo en su mano, pero Agua no lo podía ver bien. Le preguntó al guía, con algo de vergüenza, que respondió :
-¡Claro que sé qué es! Es la llave de una iglesia que se encuentra en un pueblo a poco más de media hora de aquí. Nadie la ha visto nunca, por eso está siempre cerrada, no hay otra llave, y de ahí la importancia de la fotografía.

IV.

Fue a buscar su abandonada bicicleta al garaje. Se alegró de comprobar, que aparte de alguna tela de araña y un poco de suciedad estaba en perfectas condiciones. Cogió además uno de sus preciados libros y algo para picar, y lo metió todo en una mochila.
Recorrió el camino que los años no habían conseguido olvidar, pasando por la costa hasta llagar a la iglesia. Una vez allí se ocultó entre los matorrales para no ser molestada por ningún curioso que pasase por allí. Esto lo hacía más bien por costumbre, ya que apenas pasaba gente por esa zona, a excepción de un par de turistas en contadas ocasiones, cuyo viaje a otro lugar más espléndido y magnífico les había llevado por aquel paraje olvidado del mundo.
Solo llevaba una media hora en este lugar cuando oyó unos ruidos que la sacaron de su ensimismamiento. Un hombre se acercaba a la puerta de la iglesia, intentando no hacer ruido, aunque sin conseguirlo debido a que iba apresurado. Su mirada no dejaba de recorrer la zona, en busca de alguien que le estuviera observando, pero el escondite de Agua la hacía invisible a ojos del desconocido. Sacó una llave todavía vigilante y abrió la puerta de la iglesia, para entrar inmediatamente en ella. El sonido de la cerradura le indicó que la puerta había sido cerrada de nuevo desde el interior.
Agua no se lo podía creer. Durante toda su infancia había pasado horas en ese lugar, y nunca había visto abrirse la iglesia. Para los oficios religiosos había en el pueblo una pequeña iglesia prerrománica, que era suficiente para los pocos habitantes del pueblo y nunca nadie había entrado en la otra. Por eso era un lugar solitario, y por eso siempre la había visto como un lugar mágico. En su interior despertó la idea de su infancia de que la iglesia ocultaba algo magnífico que ella podía descubrir.
¿Pero que estaba diciendo? El hecho de que un hombre entrase en la iglesia no significaba nada. Podría ser que se estuviera restaurando, o que el cura del pueblo decidiese celebrar alguna ceremonia en ella, o incluso que fuera un historiador que tenía el objetivo de estudiar el monumento. Seguro que su madre sabía algo, ya que siempre se enteraba de todo lo que sucedía en el pueblo. En cuanto llegara a casa le preguntaría.
Agua se quedó un rato más, intentando volver a concentrarse en la lectura, pero a la vez atenta para ver si el hombre volvía a salir. Cuando empezó a oscurecer y le era imposible distinguir una sola palabra del libro decidió regresar, aunque una parte de ella quería esperar hasta que el hombre saliese del templo. Pero debía volver, si no su madre empezaría a preocuparse. Además, en cuanto llegase a casa podría preguntarle si sabía algo de lo que pasaba en la iglesia.
Cogió su bicicleta y pedaleó de camino a casa con rabia, como solía hacerlo cuando era niña y se sentía frustrada por no poder descubrir que ocultaba su refugio particular.

sábado, 30 de enero de 2010

III.

Parecía que aquella iglesia ocupaba un sitio erróneo. Era demasiado especial. Por eso a veces Agua se preguntaba a quién se le había ocurrido construir algo tan bello en su pueblo, un punto perdido que no aparecía en muchos mapas. Al lado del mar, la iglesia emergía de repente, obligando a los paisanos a elevar la vista hasta una altura poco usual. Sin embargo era estrecha, muy estrecha, y eso hacía que pareciera inestable.
Agua recuerda que de pequeña pensaba que era mágica, imaginaba que contenía el mayor secreto del mundo, como las iglesias de aquellos libros que devoraba hace mucho tiempo. Creía que era por eso por lo que la puerta estaba siempre cerrada, por miedo a que alguien sacara a la luz el gran secreto.
-Esa seré yo -decía cuando pasaba con la bicicleta al lado de aquel monumento. - Me haré famosa y seré una heroína. Alguien escribirá un libro sobre mí. - Y, contenta, dejaba la bicicleta escondida entre unos matorrales. Sacaba su libreta y empezaba a dar círculos alrededor del edificio describiendo lo que veía. Siempre intentaba abrir la puerta con el mismo resultado. Enfadada, recogía su bicicleta con rabia. Pedaleaba tan fuerte que a veces se le resbalaba el pie derecho y se llevaba un buen susto. Al llegar a su casa, se encerraba en su pequeño cuarto e intentaba descifrar el significado de aquella iglesia. Estaba tan segura de que ocultaba algo que no barajaba otra opción.
Pero con el tiempo esa idea había desaparecido. Durante sus pequeñas vacaciones en el pueblo decidió volver allí, a visitar aquel monumento infinito, dispuesta a rememorar preocupaciones de antaño.

jueves, 28 de enero de 2010

II.

Despues de preparar la maleta se tira en la cama agotada. Mañana por fin podría descansar.
Lo malo del pueblo era su predecibilidad. Sabía exactamente lo que pasaría al llegar a casa: Su madre le preguntaría que tal el viaje y a continuación pasaría a dar una detallada descripción de todos los chismes que se hubiese perdido en su ausencia, mientras su abuela, al ver sus profundas ojeras, despotricaría sobre los profesores universitarios que solo hacen poner trabajo y más trabajo a sus alumnos. Los vecinos más amables le preguntarían si ya se había hechado novio ,como si no tuviera nada más en que preocuparse, y los más egoístas preguntarían que tal la carrera, ansiosos por oir un mal por respuesta, indignados si por el contrario contestabas con un bien, como si tu desgracia pudiese mejorarles la vida. Agua diría a cada uno lo que quería oir, a excepcion de los vecinos que esperaban que todo le fuese mal, ya que no acostumbraba a mentir.
Pero una vez superada esta incomodidad inicial, en la que se sentía como en un interrogatorio realizado a cabo por varias personas y casi siempre con las mismas preguntas, todo sería mucho más relajante. Podría pasar el tiempo leyendo en la playa, con el familiar aroma de la brisa del mar, o pasear por la iglesia de estilo gótico, el único monumento histórico del pueblo.

miércoles, 27 de enero de 2010

I.

Los recuerdos son los pilares sobre los que se asienta una vida, como se concentra el peso de todo tu cuerpo sobre las plantas de los pies cuando caminas.



Llueve, y Agua regresa a casa tras horas de clases intensivas. Es invierno, y la falta de luz solar hace que su estado sea demasiado melancólico. Además, sus párpados de plomo amenazan con cerrarse estrepitosamente en cualquier momento. Llega a casa desganada, y cuando recuerda que mañana tendrá el examen más difícil de aquellos que ponen fin al primer cuatrimestre,abre los ojos y empieza a sacar de los armarios todo aquello que contenga cafeína. Había olvidado que esa noche sería dura. Una de las dos más largas del año, recordaba.
Son las nueve menos cuarto de la mañana, y Agua pregunta al secretario en qué aula tiene que hacer el examen. En la número ocho, perfecto. Llega y saluda a todos, pero no está la mayor parte de su grupo puesto que su examen empezaba a las ocho y media.
Sale el profesor de Fotografía y lee la lista de alumnos. Oye su nombre y entra, muy nerviosa, pero cuando por fin le entregan el examen sonríe, intuía que a aquel bizarro profesor le gustaban esos temas, por eso los había estudiado más a fondo que los otros.
Cuando sale de su último examen invernal, llama a su nuevo grupo de amigos para quedar con ellos y contarles lo contenta que está. Además quiere despedirse, mañana todos partirán de la ciudad en dirección a sus lugares natales. Durante toda aquella tarde parece que sus ojos se han vuelto tan ingrávidos como su nombre.
Tras despedirse de sus amigos con sorprendente tristeza -hace poco que los conoce-, se dirige a su piso para preparar las maletas. Qué ganas de volver a ver el mar, de respirar el aire puro de la costa, de pasar una semana con sus conocidos de siempre, más que merecida.